Mi esposo y yo fuimos a visitar el Museo del Holocausto, en Yad Vashem, donde se honra a personas que arriesgaron sus vidas para salvar durante aquella masacre a muchos judíos. Mientras recorríamos el lugar, encontramos a un grupo de holandeses, entre los cuales había una mujer que iba a ver los nombres de sus abuelos grabados allí en grandes placas. Intrigados, le preguntamos sobre la historia de su familia.


Entre 1943 y 1945, sus abuelos protegieron a un niño de dos años, haciéndolo pasar como el menor de sus ocho hijos. Con-
movidos, preguntamos: «¿Y el niño sobrevivió?». Un hombre del grupo dio un paso al frente y declaró: «¡Yo soy ese niño!».


Esa valentía para actuar a favor de los judíos me recuerda a la reina Ester, la cual se sintió movida a actuar —aun bajo amenaza de muerte— cuando su pariente le rogó que no mantuviera en secreto su ascendencia judía, porque quizá había sido colocada en esa posición «para esta hora» (Ester 4:14).


Tal vez nunca nos pidan una resolución tan dramática, pero quizá sí tengamos que enfrentar la decisión de hablar en contra de una injusticia o permanecer callados; ayudar a alguien en problemas o dar la espalda. Que Dios nos dé valor para actuar.